domingo, 25 de mayo de 2014

Esas “horas valle"


Era una tarde cálida del otoño de hace algunos años… tantos, que no era raro ver que las mujeres llevaban hombreras y laca en el pelo como únicas prendas obligatorias. Tantos, que uno no se planteaba si hoy tendría una cana más, si alguna arruga inesperada iba a aparecer en su rostro. Tantos, que se creía, se soñaba y se sentía sin peros.
En el metro, una de esas “horas valle” donde el barullo era soportable, donde se podía incluso ir apoyado durante el trayecto en una de las puertas observando a todas las almas que coincidían en tiempo y lugar: una madre que acababa de recoger a tres niños ruidosos, un hombre con cara de cansancio, dos adolescentes riendo… el ir y venir de personas que entraban y salían de ese vagón de metro en el que cada día se sentía el pulso de esa ciudad.
No era un recorrido de muchas estaciones, y estaban a distancias similares las unas de las otras, de tal manera que, como si fuese el ritmo base de una melodía, cada cuatro minutos el vagón paraba, abría las puertas, esperaba unos segundos a que unos salieran y otros entraran, y se escuchaba el sonido que indicaba que volvíamos a iniciar la marcha.
Tan solo quedaban dos estaciones para llegar a su destino, y él observaba en cada una de ellas como entraban y salían todo tipo de rostros, de almas… Al llegar a Ventura Rodriguez y como si fuese una aparición, la vió.
En realidad no tenía nada de especial, era una chica como cualquiera de aquellas con las que compartía el vagón. Ni era más alta, ni más morena, ni muy diferente. Pero él sintió como su mirada atravesó esas puertas acristaladas de ese viejo vagón de metro y se quedó pegada en esos ojos oscuros tan especiales.

Durante el trayecto a la siguiente estación, él no pudo dejar de mirar como ella, distraída, jugaba con un mechón rebelde de su flequillo. Y en ese momento, y sin pensar, cuando vió que ella bajaba, y como si fuese lo más natural del mundo, la siguió. Y el mundo se borró en esos bulevares, y para él solo existía esa mujer vestida de verde. La siguió en la aglomeración de la salida del metro y en el pequeño trayecto que la llevaba a su destino.

Sin siquiera pensar, se metió en un edificio tras de ella, la siguió por un pasillo lleno de estudiantes hasta un aula medio vacía. Y en ese mismo momento, al atravesar esa puerta, tuvo consciencia de donde estaba. 

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