viernes, 30 de mayo de 2014

Miradas Aisladas

Era una noche oscura, ya que me encontraba a las afueras de la ciudad, lejos de la contaminación lumínica. Hacía bastante frío, por lo que decidí terminar de contemplar el firmamento, montarme en el coche y volver a casa.
Intenté arrancar el motor, pero la suerte no me acompañaba esa noche, por lo que tras muchos intentos de salir de allí, decidí pasar la noche en el coche.
Mentiría si digo que no estaba algo asustado, pero no podía hacer otra cosa.
Dormía a ratos, y en uno de esos momentos en los que no podía conciliar el sueño escuché un ruido fuera, como un chirrido en el exterior del coche, no le di importancia e intenté dormirme.
Minutos después volví a escuchar ese ruido, estaba empezando a inquietarme bastante y entonces salí del coche a comprobar que era ese ruido.
No conseguí encontrar la causa, pero pensé que podía haberlo hecho algún animal que deambulaba por el lugar.
Volví al interior del coche y nada mas cerrar la puerta, volví a escuchar el ruido. Estaba realmente muerto de miedo, pues me encontraba solo en medio de la nada.
De repente noté una presencia que me incomodaba bastante. No se lo que pasaba, pero sabía que ahí fuera había algo.
Me asomé muy medroso por la ventanilla a ver quien o qué era, y vi una silueta, que no pude identificar… evidentemente no era una persona, yo lo hubiese notado, aunque no estaba seguro, solo me asomé un segundo por la ventana, ya que me moría de miedo.
Cogí una manta y me cubrí completamente.
Unos segundos más tarde ese “ser” abrió la puerta del coche, yo estaba paralizado, no podía ni respirar, tenía los ojos fuertemente cerrados, tenía un miedo terrible a abrir los ojos y encontrarme con ‘eso’ mirándome fijamente a los ojos.
Me armé de todo el valor que pude para abrir los ojos, y allí estaba.


A día de hoy, sigo viéndolo en ocasiones, pero sólo cuando estoy solo. Tengo miedo a pestañear, porque cuando abro los ojos siempre lo veo observándome.

domingo, 25 de mayo de 2014

Esas “horas valle"


Era una tarde cálida del otoño de hace algunos años… tantos, que no era raro ver que las mujeres llevaban hombreras y laca en el pelo como únicas prendas obligatorias. Tantos, que uno no se planteaba si hoy tendría una cana más, si alguna arruga inesperada iba a aparecer en su rostro. Tantos, que se creía, se soñaba y se sentía sin peros.
En el metro, una de esas “horas valle” donde el barullo era soportable, donde se podía incluso ir apoyado durante el trayecto en una de las puertas observando a todas las almas que coincidían en tiempo y lugar: una madre que acababa de recoger a tres niños ruidosos, un hombre con cara de cansancio, dos adolescentes riendo… el ir y venir de personas que entraban y salían de ese vagón de metro en el que cada día se sentía el pulso de esa ciudad.
No era un recorrido de muchas estaciones, y estaban a distancias similares las unas de las otras, de tal manera que, como si fuese el ritmo base de una melodía, cada cuatro minutos el vagón paraba, abría las puertas, esperaba unos segundos a que unos salieran y otros entraran, y se escuchaba el sonido que indicaba que volvíamos a iniciar la marcha.
Tan solo quedaban dos estaciones para llegar a su destino, y él observaba en cada una de ellas como entraban y salían todo tipo de rostros, de almas… Al llegar a Ventura Rodriguez y como si fuese una aparición, la vió.
En realidad no tenía nada de especial, era una chica como cualquiera de aquellas con las que compartía el vagón. Ni era más alta, ni más morena, ni muy diferente. Pero él sintió como su mirada atravesó esas puertas acristaladas de ese viejo vagón de metro y se quedó pegada en esos ojos oscuros tan especiales.

Durante el trayecto a la siguiente estación, él no pudo dejar de mirar como ella, distraída, jugaba con un mechón rebelde de su flequillo. Y en ese momento, y sin pensar, cuando vió que ella bajaba, y como si fuese lo más natural del mundo, la siguió. Y el mundo se borró en esos bulevares, y para él solo existía esa mujer vestida de verde. La siguió en la aglomeración de la salida del metro y en el pequeño trayecto que la llevaba a su destino.

Sin siquiera pensar, se metió en un edificio tras de ella, la siguió por un pasillo lleno de estudiantes hasta un aula medio vacía. Y en ese mismo momento, al atravesar esa puerta, tuvo consciencia de donde estaba.